miércoles, 11 de julio de 2012

Derecho al Delirio


En el siglo veintiuno,

si todavía estamos aquí,

todos nosotros seremos gente del siglo pasado

y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será,

sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar

el que queremos que sea.

Las Naciones Unidas ha proclamado

extensas listas de derechos humanos,

pero la inmensa mayoría de la humanidad

no tiene más que el derecho

de ver, oír y callar.

¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado

derecho de soñar?

¿Qué tal si deliramos por un ratito?,

al fin del milenio,

vamos a clavar los ojos más allá de la infamia

para adivinar otro mundo posible:

El aire estará limpio de todo veneno que no venga

de los miedos humanos y de las humanas pasiones.

La gente no será manejada por el automóvil,

ni será programada por la computadora,

ni será comprada por el supermercado,

ni será mirada por el televisor.

El televisor dejará de dejará de ser

el miembro más importante de la familia.

La gente trabajará para vivir,

en lugar de vivir para trabajar.

Se incorporará a los códigos penales

el delito de estupidez,

que cometen quienes

viven por tener o por ganar,

en vez de vivir

por vivir no más.

Como canta el pájaro,

sin saber qué canta,

y como juega el niño,

sin saber qué juega.

En ningún país irán presos los muchachos

que se nieguen a cumplir el servicio militar,

sino los que quieran cumplirlo.

Los economistas no llamaran nivel de vida

al nivel de consumo;

ni llamarán calidad de vida

a la cantidad de cosas.

Los cocineros no creerán

que a las langostas les encanta que las hiervan vivas.

Los historiadores no creerán

que a los países les encanta ser invadidos.

El mundo ya no estará en guerra contra los pobres,

sino contra la pobreza.

Y la industria militar no tendrá más remedio

que declararse en quiebra.

La comida no será una mercancía,

ni la comunicación un negocio.

Porque la comida y la comunicación

son derechos humanos.

Nadie morirá de hambre,

porque nadie morirá de indigestión.

Los niños de la calle no serán tratados

como si fueran basura,

porque no habrá niños de la calle.

Los niños ricos no serán tratados

como si fueran dinero,

porque no habrá niños ricos.

La educación no será el privilegio

de quienes puedan pagarla,

y la policía no será la maldición

de quienes no puedan comprarla.

La justicia y la libertad,

hermanas siamesas,

condenadas a vivir separadas,

volverán a juntarse,

volverán a juntarse bien pegaditas,

espalda contra espalda.

En Argentina, las locas de plaza de mayo

serán un ejemplo de salud mental,

porque ellas se negaron a olvidar

en los tiempos de la amnesia obligatoria.

La perfección,

la perfección seguirá siendo

el aburrido privilegio de los dioses.

Pero en este mundo,

en este mundo chambón y jodido,

cada noche será vivida

como si fuera la última,

y cada día como si fuera el primero.


Eduardo Galeano, Patas Arriba, Buenos Aires, diciembre de 1998. 

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